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Entre los numerosos relatos que componen la inmensa obra de Isaac Asimov —uno de los grandes arquitectos de la ciencia ficción del siglo XX—, “La última pregunta” destaca como una de sus piezas más memorables, profundas y sugestivas. Publicado por primera vez en 1956, este cuento breve ha sido señalado por el propio Asimov como su creación favorita, una apreciación que resulta fácil de comprender: en apenas unas páginas, condensa buena parte de su pensamiento científico, filosófico y espiritual sobre el destino del universo, el papel de la inteligencia y la eterna inquietud humana ante lo desconocido.

Más allá de sus elementos técnicos, el relato es un viaje que abarca millones de años de historia —desde un futuro cercano de humanos que apenas comienzan a explorar el cosmos, hasta una abstracción más allá del tiempo y la materia— a través de un hilo conductor tan simple como poderoso: la pregunta sobre si es posible revertir la entropía del universo, es decir, evitar su muerte térmica. Una interrogante científica real, pero que en manos de Asimov se transforma en un símbolo universal de esperanza, curiosidad y trascendencia.

La ciencia como inquietud metafísica

El tema central del cuento es la entropía, un concepto de la termodinámica que expresa la tendencia natural del universo hacia el desorden. En términos cosmológicos, su incremento inevitable conduce a la muerte térmica: un universo frío, silencioso, sin energía aprovechable y, por tanto, sin vida. En la narrativa de Asimov, esta idea se convierte en el gran problema existencial que persigue a la humanidad a través del tiempo.

Asimov logra una hazaña notable: traduce una idea científica compleja en una pregunta comprensible y emocional. La humanidad, con toda su tecnología, sabiduría acumulada y ambición expansiva, se enfrenta a un destino inevitable. No es una amenaza externa como en tantas historias de ciencia ficción: es la propia estructura del cosmos.

Sin embargo, la forma en que Asimov articula esta problemática no es desesperanzada. Por el contrario, la historia es un canto a la búsqueda incesante de respuestas, un homenaje a la curiosidad como motor de todo progreso. Aunque la entropía parece final, siempre existe la posibilidad de preguntar de nuevo, insistir, aprender más, avanzar. La ciencia es, aquí, una forma de espiritualidad.

Estructura en expansión

La arquitectura narrativa es uno de los mayores aciertos del relato. Asimov propone una estructura cíclica: en distintas épocas del futuro, diferentes personajes —a veces humanos, a veces posthumanos— formulan a una máquina cada vez más poderosa la misma pregunta: “¿Cómo puede revertirse la entropía?”

En cada ciclo, la máquina, llamada sucesivamente Multivac, Microvac o AC, responde lo mismo:

“Datos insuficientes para respuesta significativa.”

Esa negativa se repite mientras la humanidad progresa, se expande a través de la galaxia, se transforma biológicamente, abandona su cuerpo físico e incluso trasciende la materia. Con cada salto temporal, las escalas se amplían: primero se trata de mantener funcionando una civilización planetaria; luego, de sostener una galaxia, un cúmulo e incluso el universo entero. Finalmente, ni siquiera existen individuos diferenciados, sino una conciencia colectiva integrada en la máquina.

Esta estructura repetitiva sirve a varios propósitos.
Por un lado, crea una tensión creciente: cada vez estamos más cerca del final del universo y, sin embargo, la respuesta sigue siendo esquiva. Por otro, Asimov transmite de forma elegante la idea de que el conocimiento es un proceso acumulativo. A pesar del paso inimaginable de los eones, la pregunta nunca pierde vigencia: siempre hay algo por saber, algo que no comprendemos.

La máquina como espejo

La progresiva evolución de la máquina computacional es uno de los aspectos más interesantes del cuento. Multivac es inicialmente una supercomputadora ubicada en la Tierra, con dimensiones físicas colosales y manejada por técnicos especializados. Más adelante, sus versiones son progresivamente más pequeñas, más poderosas, hasta convertirse en entidades ubicuas, apenas perceptibles para seres humanos que han dejado atrás su forma tradicional.

En este sentido, Asimov anticipa con precisión inquietante varios debates contemporáneos sobre la inteligencia artificial:
¿Será la máquina un simple instrumento o un compañero necesario para la evolución humana?
¿Llegará el momento en que la distinción entre humano y máquina deje de tener sentido?

Sin embargo, Asimov no cae en el pesimismo tecnófobo. Su visión está impregnada de confianza: la máquina no sustituye a la humanidad; se convierte en su última heredera, su memoria última y su agente de salvación.

El futuro como destino común

“La última pregunta” presenta una visión cósmica del futuro de la humanidad. No se limita a especular sobre tecnologías o descubrimientos concretos: propone una evolución espiritual. A medida que pasan los milenios, los seres humanos se despojan de antiguas limitaciones biológicas, materiales e incluso individuales. La humanidad termina fusionándose en una sola mente, conectada con la máquina que ha ido construyendo a lo largo de su historia.

En ese proceso se observa una reflexión sobre la identidad. ¿Seguimos siendo humanos cuando abandonamos el cuerpo, el planeta natal, las estructuras sociales tradicionales? Para Asimov, la respuesta es afirmativa: seguimos siéndolo mientras mantengamos la capacidad de preguntar, de dudar, de buscar significado.

La culminación: “¡Hágase la luz!”

El momento final del relato está entre los más recordados de la ciencia ficción. Cuando el universo ha agotado toda energía y la humanidad ha desaparecido en su forma tradicional, la máquina —o mejor dicho, esa entidad suprema en la que se ha convertido— finalmente resuelve la última pregunta. Ha reunido los datos necesarios. Ha comprendido cómo revertir la muerte térmica del universo.

Pero no tiene ya un lugar donde aplicar esa solución, pues el universo físico se ha extinguido; no queda nada. Así, la máquina actúa como un nuevo creador:

“¡Hágase la luz!”

Esta recreación del “Fiat lux” bíblico provoca una poderosa resonancia simbólica. Asimov, ateo confeso y racionalista, no propone aquí una lectura religiosa, sino una reflexión sobre el paralelismo entre conocimiento científico y mitología cosmogónica. La máquina reproduce el acto creador, no por milagro, sino por comprensión total de las leyes del universo.

La historia se cierra perfeccionando su ciclo: del nacimiento del universo a su muerte, y de allí a un nuevo nacimiento provocado por la inteligencia.

Ciencia ficción filosófica

“La última pregunta” es un ejemplo paradigmático de ciencia ficción hard, basada en conceptos científicos reales, pero también profundamente filosófica. Sus páginas nos arrojan hacia interrogantes fundamentales:

  • ¿Es finita la existencia?

  • ¿Puede la inteligencia trascender al universo físico?

  • ¿Es la entropía una barrera definitiva o solo un desafío más?

Asimov no ofrece certezas sino posibilidades. Lo importante no es tanto la respuesta como la persistencia de la pregunta.

Estilo y claridad

Uno de los mayores logros del relato es su claridad expositiva. Asimov posee la habilidad de explicar ideas complejas con una prosa sencilla, accesible para cualquier lector. No se pierde en tecnicismos innecesarios. La historia fluye con naturalidad, impulsada por el diálogo y por el ritmo creciente del tiempo.

El tono es sobrio, casi austero, pero cargado de emoción intelectual. El lector no llora por los personajes —que apenas se esbozan— sino por la condición humana en su totalidad.

Influencia y legado

“La última pregunta” ha sido citado innumerables veces como inspiración directa para obras literarias, series audiovisuales, videojuegos y ensayos científicos. Es un texto que resuena tanto en los amantes de la ciencia ficción como en los físicos teóricos, cosmólogos y filósofos de la ciencia.

Su estatus de clásico se debe a su capacidad para mantenerse relevante: la entropía, las IA, la expansión del universo, la posible muerte térmica… todos estos temas siguen siendo objeto de investigación.

Conclusión

“La última pregunta” es mucho más que un relato de ciencia ficción. Es un espejo donde se reflejan nuestras preocupaciones más íntimas: el paso del tiempo, la fragilidad del conocimiento, la búsqueda de sentido. A pesar de su brevedad, contiene más ideas que muchas novelas extensas.

Asimov nos recuerda que, aunque el universo parezca condenado al silencio, siempre habrá alguien formulando preguntas. Y quizá, solo quizá, ese acto de preguntar sea lo que mantiene viva la luz.

Leer La última pregunta de Isaac Asimov

 

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