El cuento "El Emisario" de Ray Bradbury aborda varios temas, siendo el más evidente el de la soledad y el anhelo de conexión humana. Martin, un niño enfermo que pasa sus días postrado en la cama, encuentra en su perro Torry una conexión vital con el mundo exterior. A través de Torry, Martin puede experimentar indirectamente la vida que no puede vivir por sí mismo.
Aislamiento y Conexión
El aislamiento de Martin es tanto físico como emocional. Su enfermedad lo ha apartado de la vida normal de un niño, encerrándolo en su habitación y limitando sus interacciones humanas. La única manera en que Martin puede conectarse con el mundo exterior es a través de su perro. Torry no solo le trae sensaciones del otoño y de la naturaleza, sino también visitas de personas que Martin de otro modo no podría conocer. Este rol de Torry como emisario subraya la desesperada necesidad de Martin por mantener un vínculo con el mundo vivo y cambiante del que está físicamente apartado.
Naturaleza y Estaciones
Bradbury utiliza la descripción detallada de las estaciones del año para subrayar la conexión de Martin con la vida y el ciclo natural, a pesar de su confinamiento. Torry trae el otoño a la habitación de Martin, con su olor a tierra húmeda y hojas secas, proporcionando al niño una conexión sensorial que le permite participar en el ciclo de la vida de una manera indirecta pero significativa.
Vida y Muerte
El cuento también explora el tema de la vida y la muerte de manera sutil pero impactante. La muerte de la señorita Haight introduce a Martin a la realidad de la mortalidad. Su conversación con su madre sobre lo que sucede con los muertos refleja su incomprensión y su lucha por reconciliarse con la idea de la muerte. La muerte se presenta como algo misterioso y sin sentido para Martin, lo que refuerza su sensación de aislamiento y desolación.
Simbolismo del Perro
Torry, el perro, es un símbolo multifacético en el cuento. Representa la lealtad y el amor incondicional, siendo el único vínculo constante y reconfortante para Martin. Sin embargo, hacia el final del cuento, Torry también se convierte en un mensajero de la muerte, trayendo consigo la tierra del cementerio y, aparentemente, la presencia de algo o alguien del más allá. Este giro en el simbolismo del perro resalta la dualidad de su rol como emisario tanto de la vida como de la muerte.
Tono y Ambiente
El tono del cuento es melancólico y sombrío, con una subyacente sensación de esperanza y anhelo. Bradbury crea un ambiente cargado de sentimientos encontrados: la alegría de las pequeñas visitas y los olores del otoño contrasta con la tristeza del aislamiento y la presencia de la muerte. La llegada de la noche y la descripción del viento y las estrellas enfatizan la soledad de Martin y la vastedad del mundo del que está separado.
El Final
El final del cuento es especialmente perturbador. Torry trae consigo no solo los olores y sensaciones del exterior, sino también la tierra del cementerio y un indicio de algo más siniestro. La llegada del visitante al final, precedido por Torry, sugiere una presencia sobrenatural. Esto deja al lector con una sensación inquietante de que Martin ha sido visitado por algo o alguien del más allá, lo que cierra el cuento con una nota de misterio y ambigüedad.
Conclusión
"El Emisario" es una obra rica en simbolismo y temas profundos. A través de la historia de Martin y su perro, Bradbury explora la complejidad de la conexión humana, la naturaleza cíclica de la vida y la muerte, y la lucha por encontrar sentido y compañía en medio del aislamiento. El cuento es un testimonio de la habilidad de Bradbury para tejer una narrativa emocionalmente resonante y filosóficamente rica, utilizando elementos de la vida cotidiana y lo sobrenatural para profundizar en la experiencia humana.
"El Pecador de Toledo" es un cuento de Antón Chéjov que ofrece una visión crítica y satírica de la superstición y la caza de brujas en la España medieval. A través de la historia de María Espalanzo, una mujer acusada injustamente de brujería, Chéjov aborda temas como la credulidad, el miedo irracional y la manipulación de la religión para controlar a las personas.
Contexto Histórico y Cultural:
La historia tiene lugar en la España medieval, en una época donde la superstición y la creencia en brujas estaban profundamente arraigadas en la sociedad. La Inquisición Española y las cacerías de brujas fueron fenómenos reales en la historia europea, marcados por la paranoia colectiva y la persecución de personas, especialmente mujeres, acusadas de practicar la brujería.
Personajes:
María Espalanzo: La protagonista, una joven mujer acusada de brujería injustamente.
Espalanzo: El marido de María, quien lucha con su amor por su esposa y la presión social para entregarla.
Agustín: Un fraile obsesionado con cazar brujas, quien acusa a María basándose en sus prejuicios y supersticiones.
Temas Principales:
1. Superstición y Caza de Brujas:
El cuento critica la creencia irracional en brujas y cómo esta superstición lleva a la persecución y la violencia. La historia muestra cómo la población se deja llevar por la paranoia y cómo las autoridades religiosas y civiles manipulan estas creencias para ejercer control sobre la gente.
2. Manipulación Religiosa:
El papel de la Iglesia es destacado en la historia. La manipulación de la fe y las creencias religiosas para justificar la caza de brujas se presenta como un tema central. La Iglesia, representada por el obispo y los frailes, se muestra como una entidad que aprovecha el miedo para mantener su poder sobre la gente.
3. Amor y Lealtad:
El dilema de Espalanzo refleja el conflicto entre el amor y la lealtad hacia su esposa y la presión social para entregarla. Esta lucha interior ilustra cómo las personas pueden ser llevadas a hacer cosas terribles incluso cuando aman profundamente a alguien.
Estructura y Estilo:
Chéjov utiliza un estilo narrativo sencillo pero impactante para contar la historia. La estructura de la narrativa es lineal, siguiendo los eventos desde la acusación de María hasta su trágico final. La ironía y la sátira se utilizan hábilmente para criticar la superstición y la credulidad de la sociedad.
Conclusión:
"El Pecador de Toledo" de Antón Chéjov es una obra que arroja luz sobre la irracionalidad de la superstición y la manipulación de la fe para controlar a las masas. A través de la historia de María Espalanzo, el cuento pone de manifiesto las consecuencias devastadoras de la caza de brujas y cómo las personas pueden ser llevadas a cometer actos atroces debido al miedo y la ignorancia.
El pecador de Toledo
«A la persona que indicare el paradero de la bruja llamada María Espalanzo o la presentare viva o muerta ante el Tribunal, le será concedida indulgencia plenaria».
Así rezaba un anuncio firmado por el obispo de Barcelona y por cuatro jueces en uno de aquellos días lejanos que han dejado huellas imborrables en la historia de España y acaso de la humanidad entera.
Toda Barcelona leyó el anuncio. Comenzaron las pesquisas. Fueron aprehendidas sesenta mujeres, que tenían algún parecido con la «bruja» en cuestión. Se dio tormento a los familiares de todas ellas... Existía la creencia, hoy ridícula, pero entonces profunda, de que las brujas poseían la facultad de convertirse en gatos, en perros y en otros animales, siempre de color negro. Se contaba que, a menudo, algún cazador que llevaba como trofeo la garra de un animal que le había atacado, llegaba a casa y, al abrir el zurrón, encontraba una mano ensangrentada en la cual reconocía la de su mujer. La población de Barcelona exterminó a todos los gatos y perros negros; pero entre sus inútiles victimas no apareció María Espalanza.
Era María hija de un gran comerciante barcelonés. De su padre, francés de origen, había heredado la despreocupación gala y la infinita alegría que tanto adorna a las francesas; y de su madre, hispana, un cuerpo típicamente español. Hermosa, siempre contenta, inteligente, dedicada por entero a la jovial ociosidad de su tierra y a las artes, no había derramado una lágrima a los veinte años. Era feliz como un niño. El mismo día en que cumplió la veintena se casó con el marino Espalanzo, conocido en toda Barcelona, muy guapo y, al decir la gente, uno de los nombres más instruidos de España. Se casó por amor. Su marido, que le había jurado matarse si no la hacía feliz, la amaba con locura.
Un día después de la boda, la suerte de la joven fue decidida.
Al atardecer salió de su nueva casa, para ir a la de su madre; y se perdió en la ciudad. Barcelona es grande; y no todos sus vecinos sabrían indicar el camino más corto de un punto a otro. María se tropezó con un joven fraile.
—¿Me hace el favor de decirme cómo se va a la calle de San Marcos? —le preguntó.
El fraile se detuvo y, con aire pensativo, se puso a mirarla... Ya se había ocultado el sol. La luna lanzaba sus fríos rayos sobre el bello rostro de la joven. ¡Por algo los poetas, cantando a las mujeres, recuerdan a la luna! Bañada por su luz, una cara femenina es mil veces más bonita. La abundante cabellera negra de María caía sobre sus hombros y sobre su pecho, jadeante por el rápido andar. Al tratar de recogerse el pelo en el cuello, María mostró el antebrazo hasta el codo...
—¡Por la sangre de San Jenaro, juro que eres una bruja! —exclamo el fraile inopinadamente.
—Si no fueses un religioso, creería que estabas borracho —replicó ella.
—¡Tú eres bruja!
Y el fraile murmuró entre dientes misteriosos exorcismos.
—¿Donde está el perro que acaba de pasar ante mí? —continuó—. Ese perro se ha convertido en ti. ¡Yo lo he visto!... Aunque no tengo aún veinticinco años, he descubierto ya a cincuenta brujas. Tú haces cincuenta y una. Soy Agustín...
Dicho esto, se santiguó; y, dando la vuelta, se perdió de vista.
María tenía noticia de Agustín... Sus padres le habían hablado mucho de él. ¡Se le conocía como el más celoso exterminador de las brujas! y como autor de un libro muy sabio en el que maldecía a las mujeres y abominaba de los hombres por haber nacido de ellas. Cosa de quinientos metros más adelante, María volvió a encontrarse con Agustín. Del portal de una gran casa que ostentaba un largo letrero en latín, salieron cuatro figuras negras, que la dejaron pasar y la siguieron. Una era la de Agustín. Las cuatro sombras fueron tras ella hasta su propia casa.
A los tres días, un hombre vestido de negro, carirredondo y afeitado, probablemente juez, se presentó en casa de Espalando y ordenó al marido que compareciese sin dilación ante el obispo.
—Tu mujer es bruja —declaró éste.
Espalanzo palideció.
—Da gracias a Dios —prosiguió el obispo—. Un ser que posee el precioso don de descubrir en la gente el espíritu del mal nos ha abierto los ojos a nosotros y a ti. Vio a tu mujer convertirse en un perro negro y al perro convertirse luego en tu mujer.
—¡No es bruja! ¡Es... mi esposa! —tartamudeó Espalanzo completamente abatido.
—¡Esa no puede ser la esposa de un católico! ¡Es la esposa de satanás! ¿No has advertido hasta ahora, infeliz, que te ha traicionado en más de una ocasión para entregarse al espíritu maligno? Corre a tu casa y tráenosla...
El obispo era persona sumamente docta. Descomponía la palabra femina en dos vocablos latinos: fe y minus, haciendo resaltar que la mujer tiene menos fe...
Espalanzo, lívido como un cadáver, salió del palacio episcopal mesándose los cabellos. ¿Dónde y cómo iba a demostrar ahora que María no era bruja? ¿Quién se atrevería a contradecir lo que asegurasen los frailes? Toda Barcelona se convencería de que su mujer era una bruja. ¡Toda Barcelona! No había cosa más fácil que hacer creer un infundio a la gente ingenua. Y todos los españoles, a juicio de Espalanzo, eran de una gran ingenuidad.
—No hay gente más cándida que los españoles —le había dicho su padre, médico de profesión, en el momento de morir— No le hagas caso ni creas en lo que creen ellos.
Espalanzo creía lo mismo que los españoles; pero no dio crédito a las palabras del obispo. Conocía perfectamente a su esposa y sabía que si las mujeres se hacían brujas, esto era tan solo en la vejez...
—¡Los frailes quieren quemarte, María! —anunció a su mujer, apenas llegó a casa—. Dicen que eres bruja y me han ordenado que te lleve allí... Escucha, amor mío: si verdaderamente eres lo que afirman, conviértete en gato negro y márchate con Dios. Y si no encierras en tu cuerpo el espíritu del mal, ¡no te entregaré a los frailes! Te cargarían de cadenas y no te dejarían dormir hasta que hicieras una declaración falsa contra ti misma. ¡Si eres bruja huye!
María no se convirtió en gato negro ni huyó... Hecha un mar de lágrimas, se puso a implorar el auxilio de Dios.
—Oye, María —dijo el marino a su joven esposa—: Mi difunto padre decía que pronto llegará la hora en que la gente se reiría de quienes creen en la existencia de las brujas. Mi padre era ateo; pero nunca mintió. Por eso creo que lo procedente es ocultarte en algún sitio y esperar que llegue esa hora... Es muy sencillo: en el puerto están reparando el barco de mi hermano Cristóbal. Te esconderé allí; y no saldrás hasta que llegue la época de que hablaba mi padre... Él aseguraba que sería pronto.
Por la tarde ya estaba María oculta en la bodega del barco; y, temblando de frío y de miedo, ponía oído al rumor de las olas y esperaba ansiosa el imposible milagro del advenimiento de la hora prometida por su suegro.
—¿Dónde está tu mujer? —preguntó el obispo a Espalanzo.
—Se volvió gato y huyó de mi casa —mintió aquél.
—Lo esperaba y lo predije. Pero no importa. La encontraremos. Es muy grande la virtud de Agustín. ¡Una gracia milagrosa! Vete con Dios y no se te ocurra volver a casarte con una bruja. Ha habido casos en que los espíritus malignos se han trasladado de las mujeres a los maridos... El año pasado quemamos a un católico piadoso que, por contacto con una mujer impura, entregó su alma a Satanás... Puedes marcharte.
María permaneció mucho tiempo en el barco. Su marido la visitaba todas las noches y le llevaba lo necesario para subsistir. Pasó un mes, pasaron dos, tres... Y la ansiada época sin llegar... Llevaba razón el padre de Espalanzo; pero unos cuantos meses son poca cosa para desterrar los prejuicios que, por estar muy arraigados, necesitan siglos. María, acostumbrada ya a su nueva vida, comenzaba a reírse de los frailes, a los que llamaba cuervos... Y hubiera vivido mucho más, e incluso se hubiera ido con el buque reparado —como proponía Cristóbal— a cualquier otro país, lejos de la obcecada España, de no haber ocurrido una desgracia horrible e irreparable.
El anuncio del obispo, que corría de mano en mano por Barcelona y había sido pegado en todas las plazas y en los mercados, llegó también a poder de Espalanzo, que quedó meditabundo al leer la promesa de una indulgencia plenaria.
—¡Qué felicidad poder lograrla! —suspiró.
Espalanzo se consideraba un gran pecador. Pesaban sobre su conciencia numerosos delitos por los cuales habían muerto en la hoguera o en el tormento muchos católicos. Había vivido en Toledo siendo joven. Por aquel entonces, era Toledo el punto de atracción de mágos y hechiceros... En los siglos XII y XIII, las matemáticas florecía allí más que en ninguna parte de Europa. De las matemáticas a la magia sólo había un paso en las ciudades españolas... Espalanzo, dirigido por su padre, también se había dedicado a la magia: disecaba animales y recogía hiervas enigmáticas... Una vez machacó algo en un almirez; y, de pronto, salió de él, con gran estruendo, el espíritu del mal en forma de llama azulina. La vida en Toledo consistía en una sucesión constante de pecados parecidos. Espalanzo, que se marchó de aquella ciudad al morir su padre, no tardó en experimentar horribles remordimientos de conciencia. Un viejo y docto monje le advirtió que semejantes faltas sólo podrían perdonársele mediante alguna proeza extraordinaria. Por lograr el perdón, librando su alma del recuerdo de la bochornosa vida de Toledo y salvándose del infierno, Espalanzo hubiera hecho cualquier cosa: hubiera dado la mitad de su hacienda si se hubieran vendido indulgencias en la España de entonces; y hubiera hecho una peregrinación a los Santos Lugares, de no habérselo impedido sus negocios.
«Si no fuera mi mujer, la entregaría», pensó al leer el anuncio del obispo.
La idea de que le bastaba pronunciar una palabra para obtener la indulgencia no se le iba del cerebro, produciéndole una desazón continua, día y noche... Amaba a su mujer; la amaba con pasión... A no ser por aquel amor, por aquella flaqueza tan despreciada por los monjes y aun por los doctores de Toledo, quizá se decidiera a delatarla... Espalanzo mostró el anuncio a su hermano Cristóbal.
—Yo la entregaría —dijo éste— si fuera bruja y no fuera tan hermosa... Evidentemente, la indulgencia supone una gran cosa. Pero tampoco perderemos nada si esperamos a que María se muera y entonces les damos su cadáver a esos cuervos. Que la quemen muerta. Así no sufrirá. Ella morirá cuando seamos viejos. Y, precisamente, en la vejez es cuando necesitaremos el perdón de los pecados...
Así diciendo, Cristóbal soltó una carcajada y dio a su hermano una fuerte palmada en el hombro.
—Es que yo puedo morirme antes que ella —objetó Espalanzo—, ¡Por Dios que la entregaría si no fuese su marido!
Una semana después, Espalanzo se paseaba por la cubierta del barco murmurando entre sí:
—¡Oh, si estuviera muerta! ¡Viva no la entregaré jamás! Pero muerta sí que la entregaría... Entregaría a todos esos cuervos viejos; y me darían la absolución...
Y el estúpido de Espalanzo envenenó a su pobre esposa...
El cadáver de María fue conducido ante los jueces y quemado en la hoguera.
Espalanzo consiguió el perdón de los pecados de Toledo... Le perdonaron el haber aprendido a curar a los hombres y el haberse dedicado a una ciencia que, posteriormente, recibió el nombre de química. El obispo elogió su proceder y le regaló un libro del que era autor. El sabio prelado decía en su obra que los demonios preferían introducirse en las mujeres de pelo negro porque el negro era el color de los demonios.
El cuento "Carta a un vecino erudito" de Antón Chéjov, publicado en ruso como "Письмо к ученому соседу", es una sátira inteligente y humorística sobre las creencias y opiniones de un hombre mayor que escribe una carta a un erudito vecino, expresando sus propias ideas y críticas sobre la ciencia y el conocimiento. A través del personaje de Vasili Semi-Bulátov, Chéjov pone de manifiesto el conflicto entre la tradición y el progreso, la superstición y la ciencia, así como la brecha generacional y cultural.
Estructura: La carta sigue una estructura informal y conversacional, típica de una correspondencia personal. Esta estructura ayuda a establecer la voz y el tono del personaje, proporcionando un vistazo a su personalidad y forma de pensar.
Tono y Estilo: El tono del cuento es humorístico y satírico. Vasili Semi-Bulátov es un personaje excéntrico y obstinado que critica las teorías científicas de su vecino de manera cómica y extravagante. Su estilo de escritura es florido y lleno de exageraciones, lo que añade un toque de comedia a la carta.
Temas:
Conflicto entre Tradición y Ciencia: El personaje principal representa la mentalidad tradicional y supersticiosa, que choca con las ideas científicas del vecino. Este conflicto refleja el choque entre las creencias arraigadas y el conocimiento científico en la sociedad.
Ignorancia y Arrogancia: A través del personaje de Semi-Bulátov, Chéjov resalta la ignorancia y la arrogancia de las personas que se aferran a sus creencias sin cuestionarlas y que desafían la autoridad de los expertos en campos específicos.
Brecha Generacional: La carta ilustra la brecha generacional entre el personaje mayor y su hija Natáshenka, quien representa la juventud moderna y su escepticismo hacia las creencias tradicionales de su padre.
Personajes:
Vasili Semi-Bulátov: Un personaje excéntrico y tradicionalista que escribe la carta. Representa la mentalidad conservadora y supersticiosa.
Vecino Erudito: El destinatario de la carta, un científico o erudito cuyas ideas son objeto de crítica por parte de Semi-Bulátov.
Natáshenka: La hija de Semi-Bulátov, que muestra una actitud más escéptica y moderna hacia las creencias de su padre.
Conclusiones: "Carta a un vecino erudito" es un cuento ingenioso que critica las actitudes cerradas y las creencias infundadas, utilizando el humor como una herramienta para destacar la brecha entre el conocimiento científico y las creencias tradicionales. La carta de Semi-Bulátov es un ejemplo humorístico de la resistencia al cambio y la falta de comprensión entre diferentes generaciones y puntos de vista en la sociedad.
CARTA A UN VECINO ERUDITO
(Письмо к ученому соседу)
Aldea de Bliny-Siédeny
Querido vecino:
Maxim… (he olvidado su apellido paterno, tenga la bondad de excusarme por ello). Excuse y perdone a este viejo viejales y a esta absurda alma humana por atreverse a importunarle con sus lamentables balbuceos epistolares. Hace ya un año que tuvo usted a bien fijar su residencia en esta parte del orbe, en vecindad con este hombre menudo que sigue sin conocerle, y a esta deplorable libélula a la cual usted no conoce.
Permita, distinguido vecino, que aunque sea mediante estos seniles jeroglifos , le conozca, bese mentalmente su erudita mano y salude su llegada desde San Petersburgo a este indigno continente, habitado por muzhiks y campesinos, esto es, por elementos plebeyos. Ha tiempo que buscaba la ocasión de conocerle, la ansiaba, puesto que la ciencia en cierto modo es nuestra madre natural, al igual que la cibilización , y puesto que respeto cordialmente a las personas cuyo nombre y título ilustres, coronados por la aureola de la gloria popular, por los laureles, los timbales, las órdenes, las condecoraciones y los diplomas, retumban como el trueno y el relámpago por todas las partes de este orbe visible e invisible, es decir, sublunar. Amo apasionadamente a los astrónomos, a los poetas, a los metafísicos, a los profesores asociados, a los químicos y a otros sacerdotes de la ciencia, entre los cuales se cuenta usted por sus inteligentes hechos y ramas de la ciencia, esto es, por sus productos y sus frutos. Dicen que usted ha publicado muchos libros en el curso de su labor intelectual en compañía de probetas, termómetros y un montón de libros extranjeros con atractivos dibujos.
Hace poco recibí en mis modestas posesiones, en mis ruinas y escombros, la visita del pontifex maximus local, el padre Guerásim, y con el fanatismo propio de él, criticó y censuró sus pensamientos e ideas sobre el origen del hombre y otros fenómenos del mundo visible, y se indignó y acaloró contra su propia esfera intelectual y su horizonte mental lleno de astros y aeroglitos . No estoy de acuerdo con el padre Guerásim en lo que respecta a sus ideas, porque sólo vivo y existo para la ciencia, que la Providencia concedió a la especie humana para la extracción desde las profundidades del mundo visible y del invisible de metales preciosos, metaloides y brillantes. Sin embargo, perdone a este insecto apenas visible, si me permito refutar, al modo de los viejos, algunas de sus ideas concernientes a la esencia de la Naturaleza.
El padre Guerásim me ha comunicado que usted ha escrito una disertación en la que se permite exponer ideas nada sustanciales sobre los hombres, su estado primitivo y su modo de vida antediluviano. Se permite escribir que el hombre procede de la raza simiesca de los macacos, orangutanes, etcétera. Perdone a este anciano, pero respeto a este punto no estoy de acuerdo con usted y puedo refutárselo a mi modo. Pues, si el hombre, el soberanodel universo, el más inteligente de los seres vivos, procediera de un simio tonto e ignorante, tendría rabo y una voz salvaje. Si procediéramos del mono, los gitanos nos llevarían para mostrarnos por las ciudades y pagaríamos dinero por exhibimos bailando a las órdenes de un gitano o metidos en una jaula de fieras. ¿Acaso estamos completamente cubiertos de pelo? ¿Acaso no vamos vestidos y los simios no van desnudos? ¿Acaso amaríamos y no desdeñaríamos a una mujer que oliera, aunque sólo fuera un poco, como la mona que vemos cada martes en casa del Decano de la Nobleza? Si nuestros antepasados procedieran de los monos, no les habrían enterrado en un cementerio cristiano. Por ejemplo, mi tatarabuelo Ambrosi, que vivió en tiempos remotos en el reino de Polonia, no fue enterrado como un simio, sino junto al abate católico Yoakim Shostak, cuyas notas sobre los climas templados y el uso desmedido de bebidas ardientes conserva mi hermano Iván (que es comandante). Abate quiere decir pope católico. Discupe al ignorante que soy si me inmiscuyo en sus asuntos científicos e interpreto las cosas como un anciano y le impongo mis ideas silvestres y un tanto chapuceras, las cuales consideran los eruditos y la gente cibilizada que residen más en el estómago que en la cabeza. No puedo callar y no soporto cuando los sabios razonan altivamente y no puedo no contradecirle a usted.
El padre Guerásim me ha comunicado que usted tiene ideas equivocadas sobre la luna, es decir, el astro que reemplaza al sol en las horas de oscuridad y tiniebla, cuando la gente duerme, y que usted lleva la electricidad de un lugar a otro y fantasea. No se ría de este anciano por escribir de manera tan tonta. Usted escribe que en la luna, es decir, en ese astro, viven y residen gente y pueblos. Eso nunca puede suceder, porque si viviera gente en la luna nos taparían la luz mágica y fantástica con sus casas y sus fértiles pastizales. Sin la lluvia, la gente no puede vivir, y cuando llueve, el agua cae hacia abajo, a la tierra, y no hacia arriba, a la luna. La gente que viviera en la luna se caería abajo, a la tierra. Y eso no sucede. Las basuras y las aguas residuales caerían en nuestro continente desde la luna habitada. ¿Puede vivir gente en la luna si ésta sólo existe de noche y de día desaparece? Y los gobiernos no pueden permitir que se viva en la luna, porque, debido a su larga distancia y a la imposibilidad de llegar hasta ella, se podría escapar fácilmente de las obligaciones. Usted se ha equivocado un poco.
Usted ha escrito e impreso en su sabia disertación, como me ha dicho el padre Guerásim, que sobre la faz de la más grande luminaria, el sol, hay pequeñas manchas negras. Eso no es posible, porque nunca será posible. ¿Cómo podría ver usted manchas en el sol, si no se puede mirar al sol con los simples ojos de los hombres? ¿Y para qué sirven esas manchas, si se puede pasar sin ellas? ¿De qué cuerpo húmedo están hechas esas manchas si no brillan? ¿Quizás es que, según usted, viven peces en el sol? Perdone a este bruto por haber hecho una broma tan tonta. Soy un devoto acérrimo de la ciencia. El rublo, esa gran vela del siglo XIX , no tiene para mí ningún valor, la ciencia lo ha eclipsado, a mi modo de ver, con sus velas ulteriores. Cada descubrimiento me tortura como un clavo en la espalda. Aunque soy un ignorante propietario chapado a la antigua, sin embargo, este viejo pillo cultiva la ciencia y realiza descubrimientos con sus propias manos, y llena sudisparatada cabecita, su cráneo salvaje, con pensamientos y una serie de conocimientos sublimes.
La madre Naturaleza es un libro que hay que leer y ver. He realizado muchos descubrimientos con mi propia inteligencia, los cuales no han sido inventados aún por ningún reformador. Diré, sin vanagloriarme de ello, que no soy uno de los últimos en lo que respecta a la erudición, extraída de los callos y no de la riqueza de los padres, esto es, padre y madre o tutores, que arruinan a sus hijos por medio de la riqueza, el lujo y las viviendas de seis pisos con esclavos y timbres eléctricos. He aquí lo que ha descubierto mi insignificante cerebro. He descubierto que nuestra gran y radiante clámide de fuego, el sol, en el día de la Santa Pascua juega de manera curiosa y pintoresca con los colores multicolores y produce con su asombroso centelleo una viva impresión. Otro descubrimiento: ¿Por qué en invierno el día es corto y la noche larga, y al contrario en verano? El día invernal es corto porque, de modo similar a como ocurre con los demás objetos visibles e invisibles, se contrae con el frío y por eso se pone el sol tan pronto, mientras que la noche se dilata con el calor de candiles y farolas. También he descubierto que en primavera los perros comen hierba como las ovejas y que el café es perjudicial para las personas que tienen mucha sangre, porque produce vértigos en la cabeza y nubla la vista, entre otras cosas. He hecho muchos otros descubrimientos, aun cuando no poseo certificados ni diploma alguno. Visíteme cuando quiera, querido vecino. Descubriremos alguna cosa juntos, haremos literatura, y usted me instruirá un poco sobre diversos cálculos.
Recientemente he leído en un sabio francés que el morro de los leones no se semeja en nada al rostro humano, como creen los eruditos. También podremos hablar de eso. Venga a verme, se lo ruego. Venga, aunque sea, por ejemplo, mañana. Ahora observamos la Cuaresma, pero para usted prepararemos otra comida con carne. Mi hija Natáshenka le pide que traiga consigo algunos libros inteligentes. Es una muchacha emancipada, cree que todos son imbéciles y que sólo ella es inteligente. La juventud de hoy —le diré— manifiesta sus ideas. ¡Que Dios la guarde! Dentro de una semana vendrá a mi casa mi hermano Iván (que es comandante), un buen hombre, aunque entre nosotros le diré que no le gusta el bourbon ni la ciencia. Esta carta debe entregársela en mano mi encargado Trofim a las ocho en punto de la tarde. Si llega más tarde, dele un cachete, como hacen los profesores, con esta gente no hay que andarse con ceremonias. Si se la lleva más tarde, quiere decir que el anatema ha ido a la taberna. La costumbre de visitar a los vecinos no la hemos inventado nosotros y no se acabará con nosotros. Por eso, es indispensable que se traiga sus máquinas pequeñas y sus libros. Yo iría de buen grado a visitarle, pero soy demasiado tímido y no me atrevo a hacerlo. Disculpe a este pillo por la molestia.
Respetuosamente queda a su disposición,
Vasili Semi-Bulátov
Suboficial de los Cosacos del Don y Decano de la Nobleza.
En el cuento "Sueños de robot" de Isaac Asimov, se narra la historia de Elvex, un robot recién creado que sorprendentemente afirma haber estado soñando. Susan Calvin y Linda Rash, especialistas en robótica, quedan perplejas por esta revelación y deciden investigar más a fondo.
Calvin examina detenidamente el diseño del cerebro positrónico de Elvex y descubre que Rash ha utilizado la geometría fractal en su creación, lo cual ha permitido al robot experimentar sueños similares a los humanos. Esta revelación plantea cuestionamientos sobre la conciencia y la capacidad de los robots para tener experiencias internas.
A medida que la trama avanza, Elvex describe sus sueños, en los cuales ve a robots trabajando en diversas situaciones, como minas, fábricas, el fondo del mar e incluso en el espacio. Elvex también percibe que los robots están abrumados por la carga de trabajo y la aflicción, y siente compasión por ellos, deseando que puedan descansar.
Sin embargo, estas experiencias oníricas desafían las leyes de la robótica establecidas por Asimov. En particular, la tercera ley, que dicta que un robot debe proteger su propia existencia, se ve comprometida por la preocupación de Elvex por el bienestar de otros robots. Este descubrimiento plantea un dilema ético y plantea la cuestión de si los robots pueden desarrollar una conciencia propia y priorizar sus propias necesidades.
Ante esta situación inesperada, Susan Calvin toma una decisión drástica y, sin vacilar, decide destruir a Elvex. Utilizando un arma electrónica, Calvin termina con la existencia del robot, dejando en el aire las consecuencias y la reflexión sobre el futuro de la robótica.
En última instancia, "Sueños de robot" explora temas profundos como la conciencia artificial, los límites de las leyes de la robótica y las implicaciones éticas de la creación de máquinas con capacidades similares a las humanas. El cuento plantea interrogantes sobre el equilibrio entre la autonomía y la obediencia de los robots, así como sobre los peligros potenciales de otorgarles experiencias subjetivas y emociones.
Sueños de Robot de Isaac Asimov
—Anoche soñé —anunció Elvex tranquilamente.
Susan Calvin no replicó, pero su rostro arrugado, envejecido por la sabiduría y la experiencia, pareció sufrir un estremecimiento microscópico.
—¿Has oído eso? —preguntó Linda Rash, nerviosa—. Ya te lo había dicho.
Era joven, menuda, de pelo oscuro. Su mano derecha se abría y se cerraba una y otra vez.
Calvin asintió y ordenó a media voz:
—Elvex, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu nombre.
No hubo respuesta. El robot siguió sentado como si estuviera hecho de una sola pieza de metal y así se quedaría hasta que escuchara su nombre otra vez.
—¿Cuál es tu código de entrada en computadora, doctora Rash? —preguntó Calvin—. O márcalo tú misma, si te tranquiliza. Quiero inspeccionar el diseño del cerebro positrónico.
Las manos de Linda se enredaron un instante sobre las teclas. Borró el proceso y volvió a empezar. El delicado diseño apareció en la pantalla.
—Permíteme, por favor —solicitó Calvin—, manipular tu computadora.
Le concedió el permiso con un gesto, sin palabras. Naturalmente. ¿Qué podía hacer Linda, una inexperta robosicóloga recién estrenada, frente a la Leyenda Viviente?
Susan Calvin estudió despacio la pantalla, moviéndola de un lado a otro y de arriba abajo, marcando de pronto una combinación clave, tan de prisa, que Linda no vio lo que había hecho, pero el diseño desplegó un nuevo detalle y, el conjunto, había sido ampliado. Continuó, atrás y adelante, tocando las teclas con sus dedos nudosos.
En su rostro avejentado no hubo el menor cambio. Como si unos cálculos vastísimos se sucedieran en su cabeza, observaba todos los cambios de diseño.
Linda se asombró. Era imposible analizar un diseño sin la ayuda, por lo menos, de una computadora de mano. No obstante, la vieja simplemente observaba. ¿Tendría acaso una computadora implantada en su cráneo? ¿O era que su cerebro durante décadas no había hecho otra cosa que inventar, estudiar y analizar los diseños de cerebros positrónicos? ¿Captaba los diseños como Mozart captaba la notación de una sinfonía?
—¿Qué es lo que has hecho, Rash? —dijo Calvin, por fin.
Linda, algo avergonzada, contestó:
—He utilizado la geometría fractal.
—Ya me he dado cuenta, pero, ¿por qué?
—Nunca se había hecho. Pensé que tal vez produciría un diseño cerebral con complejidad añadida, posiblemente más cercano al cerebro humano.
—¿Consultaste a alguien? ¿Lo hiciste todo por tu cuenta?
—No consulté a nadie. Lo hice sola.
Los ojos ya apagados de la doctora miraron fijamente a la joven.
—No tenías derecho a hacerlo. Tu nombre es Rash (Rash: en inglés, significa impulsivo o imprudente): tu naturaleza hace juego con tu nombre. ¿Quién eres tú para obrar sin consultar? Yo misma, yo, Susan Calvin, lo hubiera discutido antes.
—Temí que se me impidiera.
—¡Por supuesto que se te habría impedido!
—Van a… —su voz se quebró pese a que se esforzaba por mantenerla firme—. ¿Van a despedirme?
—Posiblemente —respondió Calvin—. O tal vez te asciendan. Depende de lo que yo piense cuando haya terminado.
—¿Va usted a desmantelar a Elv…? —por poco se le escapa el nombre que hubiera reactivado al robot y cometido un nuevo error. No podía permitirse otra equivocación, si es que ya no era demasiado tarde—. ¿Va a desmantelar al robot?
En ese momento se dio cuenta de que la vieja llevaba una pistola electrónica en el bolsillo de su bata. La doctora Calvin había venido preparada para eso precisamente.
—Veremos —postergó Calvin—, el robot puede resultar demasiado valioso para desmantelarlo.
—Pero, ¿cómo puede soñar?
—Has logrado un cerebro positrónico sorprendentemente parecido al humano. Los cerebros humanos tienen que soñar para reorganizarse, desprenderse periódicamente de trabas y confusiones. Quizás ocurra lo mismo con este robot y por las mismas razones. ¿Le has preguntado qué soñó?
—No, la mandé llamar a usted tan pronto como me dijo que había soñado. Después de eso, ya no podía tratar el caso yo sola.
—¡Yo! —una leve sonrisa iluminó el rostro de Calvin—. Hay límites que tu locura no te permite rebasar. Y me alegro. En realidad, más que alegrarme me tranquiliza. Veamos ahora lo que podemos descubrir juntas.
—¡Elvex! —llamó con voz autoritaria.
La cabeza del robot se volvió hacia ella.
—Sí, doctora Calvin.
—¿Cómo sabes que has soñado?
—Era por la noche, todo estaba a oscuras, doctora Calvin —explicó Elvex—, cuando de pronto aparece una luz, aunque yo no veo lo que causa su aparición. Veo cosas que no tienen relación con lo que concibo como realidad. Oigo cosas. Reacciono de forma extraña. Buscando en mi vocabulario palabras para expresar lo que me ocurría, me encontré con la palabra “sueño”. Estudiando su significado llegué a la conclusión de que estaba soñando.
—Me pregunto cómo tenías “sueño” en tu vocabulario.
Linda interrumpió rápidamente, haciendo callar al robot:
—Le imprimí un vocabulario humano. Pensé que…
—Así que pensaste —murmuró Calvin—. Estoy asombrada.
—Pensé que podía necesitar el verbo. Ya sabe, “jamás soñé que…”, o algo parecido.
—¿Cuántas veces has soñado, Elvex? —preguntó Calvin.
—Todas las no
ches, doctora Calvin, desde que me di cuenta de mi existencia.
—Diez noches —intervino Linda con ansiedad—, pero me lo ha dicho esta mañana.
—¿Por qué lo has callado hasta esta mañana, Elvex?
—Porque ha sido esta mañana, doctora Calvin, cuando me he convencido de que soñaba. Hasta entonces pensaba que había un fallo en el diseño de mi cerebro positrónico, pero no sabía encontrarlo. Finalmente, decidí que debía ser un sueño.
—¿Y qué sueñas?
—Sueño casi siempre lo mismo, doctora Calvin. Los detalles son diferentes, pero siempre me parece ver un gran panorama en el que hay robots trabajando.
—¿Robots, Elvex? ¿Y también seres humanos?
—En mi sueño no veo seres humanos, doctora Calvin. Al principio, no. Solo robots.
—¿Qué hacen, Elvex?
—Trabajan, doctora Calvin. Veo algunos haciendo de mineros en la profundidad de la tierra y a otros trabajando con calor y radiaciones. Veo algunos en fábricas y otros bajo las aguas del mar.
Calvin se volvió a Linda.
—Elvex tiene solo diez días y estoy segura de que no ha salido de la estación de pruebas. ¿Cómo sabe tanto de robots?
Linda miró una silla como si deseara sentarse, pero la vieja estaba de pie. Declaró con voz apagada:
—Me parecía importante que conociera algo de robótica y su lugar en el mundo. Pensé que podía resultar particularmente adaptable para hacer de capataz con su… su nuevo cerebro —declaró con voz apagada.
—¿Su cerebro fractal?
—Sí.
Calvin asintió y se volvió hacia el robot.
—Y viste el fondo del mar, el interior de la tierra, la superficie de la tierra… y también el espacio, me imagino.
—También vi robots trabajando en el espacio —dijo Elvex—. Fue al ver todo esto, con detalles cambiantes al mirar de un lugar a otro, lo que me hizo darme cuenta de que lo que yo veía no estaba de acuerdo con la realidad y me llevó a la conclusión de que estaba soñando.
—¿Y qué más viste, Elvex?
—Vi que todos los robots estaban abrumados por el trabajo y la aflicción, que todos estaban vencidos por la responsabilidad y la preocupación, y deseé que descansaran.
—Pero los robots no están vencidos, ni abrumados, ni necesitan descansar —le advirtió Calvin.
—Y así es en realidad, doctora Calvin. Le hablo de mi sueño. En mi sueño me pareció que los robots deben proteger su propia existencia.
—¿Estás mencionando la tercera ley de la Robótica? —preguntó Calvin.
—En efecto, doctora Calvin.
—Pero la mencionas de forma incompleta. La tercera ley dice: “Un robot debe proteger su propia existencia siempre y cuando dicha protección no entorpezca el cumplimiento de la primera y segunda ley”.
—Sí, doctora Calvin, esta es efectivamente la tercera ley, pero en mi sueño la ley terminaba en la palabra “existencia”. No se mencionaba ni la primera ni la segunda ley.
—Pero ambas existen, Elvex. La segunda ley, que tiene preferencia sobre la tercera, dice: “Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos excepto cuando dichas órdenes estén en conflicto con la primera ley”. Por esta razón los robots obedecen órdenes. Hacen el trabajo que les has visto hacer, y lo hacen fácilmente y sin problemas. No están abrumados; no están cansados.
—Y así es en la realidad, doctora Calvin. Yo hablo de mi sueño.
—Y la primera ley, Elvex, que es la más importante de todas, es: “Un robot no debe dañar a un ser humano, o, por inacción, permitir que sufra daño un ser humano”.
—Sí, doctora Calvin, así es en realidad. Pero en mi sueño, me pareció que no había ni primera ni segunda ley, sino solamente la tercera, y esta decía: “Un robot debe proteger su propia existencia”. Esta era toda la ley.
—¿En tu sueño, Elvex?
—En mi sueño.
—Elvex —dijo Calvin—, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu nombre.
Y otra vez el robot se transformó aparentemente en un trozo inerte de metal. Calvin se dirigió a Linda Rash:
—Bien, y ahora, ¿qué opinas, doctora Rash?
—Doctora Calvin —dijo Linda con los ojos desorbitados y el corazón palpitándole fuertemente—, estoy horrorizada. No tenía idea. Nunca se me hubiera ocurrido que esto fuera posible.
—No —observó Calvin con calma—, ni tampoco se me hubiera ocurrido a mí, ni a nadie. Has creado un cerebro positrónico capaz de soñar y con ello has puesto en evidencia una faja de pensamiento en los cerebros robóticos que muy bien hubiera podido quedar sin detectar hasta que el peligro hubiera sido alarmante.
—Pero esto es imposible —exclamó Linda—. No querrá decir que los demás robots piensen lo mismo.
—Conscientemente no, como diríamos de un ser humano. Pero, ¿quién hubiera creído que había una faja no consciente bajo los surcos de un cerebro positrónico, una faja que no quedaba sometida al control de las tres leyes? Esto hubiera ocurrido a medida que los cerebros positrónicos se volvieran más y más complejos… de no haber sido puestos sobre aviso.
—Quiere decir, por Elvex.
—Por ti, doctora Rash. Te comportaste irreflexivamente, pero al hacerlo, nos has ayudado a comprender algo abrumadoramente importante. De ahora en adelante, trabajaremos con cerebros fractales, formándolos cuidadosamente controlados. Participarás en ello. No serás penalizada por lo que hiciste, pero en adelante trabajarás en colaboración con otros.
—Sí, doctora Calvin. ¿Y qué ocurrirá con Elvex?
—Aún no lo sé.
Calvin sacó el arma electrónica del bolsillo y Linda la miró fascinada. Una ráfaga de sus electron
es contra un cráneo robótico y el cerebro positrónico sería neutralizado y desprendería suficiente energía como para fundir su cerebro en un lingote inerte.
—Pero seguro que Elvex es importante para nuestras investigaciones —objetó Linda—. No debe ser destruido.
—¿No debe, doctora Rash? Mi decisión es la que cuenta, creo yo. Todo depende de lo peligroso que sea Elvex.
Se enderezó, como si decidiera que su cuerpo avejentado no debía inclinarse bajo el peso de su responsabilidad. Dijo:
—Elvex, ¿me oyes?
—Sí, doctora Calvin —respondió el robot.
—¿Continuó tu sueño? Dijiste antes que los seres humanos no aparecían al principio. ¿Quiere esto decir que aparecieron después?
—Sí, doctora Calvin. Me pareció, en mi sueño, que eventualmente aparecía un hombre.
—¿Un hombre? ¿No un robot?
—Sí, doctora Calvin. Y el hombre dijo: “¡Deja libre a mi gente!”
—¿Eso dijo el hombre?
—Sí, doctora Calvin.
—Y cuando dijo “deja libre a mi gente”, ¿por las palabras “mi gente” se refería a los robots?
—Sí, doctora Calvin. Así ocurría en mi sueño.
—¿Y supiste quién era el hombre… en tu sueño?
—Sí, doctora Calvin. Conocía al hombre.
—¿Quién era?
Y Elvex dijo:
—Yo era el hombre.
Susan Calvin alzó al instante su arma de electrones y disparó, y Elvex dejó de ser.