Dentro de Crónicas marcianas (1950), Ray Bradbury entreteje una serie de relatos que, en conjunto, forman una crónica poética, filosófica y crítica sobre el encuentro entre la humanidad y Marte. Entre ellos, uno de los más inquietantes y memorables es “La tercera expedición”, una historia que combina la atmósfera de lo familiar con el desconcierto de lo imposible, para desembocar en un clímax de horror disfrazado de nostalgia.
Este relato, que podría leerse como un cuento independiente, es también un capítulo fundamental en el mosaico marciano de Bradbury. No solo por su trama, sino porque encarna uno de los grandes temas del autor: la fragilidad de la percepción humana frente a lo desconocido, y cómo los recuerdos y emociones pueden volverse trampas fatales.
Un inicio prometedor: la llegada a Marte
La narración comienza con la llegada de un cohete terrestre al planeta rojo. Es la tercera expedición enviada desde la Tierra, y los diecisiete tripulantes, al mando del capitán John Black, descienden cargados de expectativas científicas y militares. Sin embargo, lo que encuentran no se ajusta a ninguna hipótesis racional: un pueblo idéntico a los de la Tierra, con casas victorianas, jardines verdes, campanarios y música que flota en el aire.
El desconcierto de los astronautas es inmediato. Marte, según todas las previsiones, debía mostrar signos de una civilización diferente o, en todo caso, un entorno hostil. Pero lo que tienen ante los ojos es un pedazo de su propio mundo, un paisaje detenido en el tiempo, evocador de los Estados Unidos rurales de las primeras décadas del siglo XX.
La imagen del pueblo marciano es clave en el relato: un escenario idílico, casi demasiado perfecto, donde lo extraño se esconde bajo la apariencia de lo cotidiano. Aquí Bradbury introduce su característico contraste entre lo familiar y lo siniestro.
El desconcierto de lo familiar
La tripulación debate intensamente sobre la naturaleza de lo que ven. ¿Podría tratarse de una coincidencia evolutiva? ¿Una construcción marciana deliberada para imitar la Tierra? ¿Un viaje temporal que los ha transportado al pasado? ¿O incluso una prueba de la existencia de Dios, como sugiere el arqueólogo Hinkston?
El capitán John Black, más escéptico, insiste en que algo no encaja: los árboles centenarios, las melodías terrícolas, los geranios recién florecidos. Todo parece demasiado real para ser una ilusión y demasiado imposible para ser lógico.
Aquí Bradbury juega con la ambigüedad de la percepción. Cada explicación racional se desmorona, pero la familiaridad del paisaje termina actuando como un narcótico. Los astronautas, que al inicio estaban en guardia, empiezan a bajar la defensa. La nostalgia y la esperanza se imponen sobre la razón.
El reencuentro imposible
El relato alcanza su punto más inquietante cuando los exploradores encuentran no solo casas y objetos reconocibles, sino también personas de su propio pasado. Uno de los tripulantes, Lustig, se topa con sus abuelos muertos hacía décadas. Otros comienzan a reconocer a familiares y conocidos que deberían estar enterrados en la Tierra.
El capitán Black y su equipo son recibidos como si hubieran vuelto al hogar tras una larga ausencia. Les ofrecen limonada fresca, les invitan a cenar y les abren las puertas de lo que parece ser una segunda oportunidad en la vida.
Esta sección del relato es de una ternura inquietante. Bradbury logra que el lector sienta la misma mezcla de alivio y recelo que los astronautas: la calidez del hogar, la seguridad del afecto, pero también la sospecha de que algo demasiado perfecto no puede ser real.
Nostalgia como trampa
“La tercera expedición” funciona como una poderosa metáfora de cómo la nostalgia puede convertirse en un arma. Los exploradores, endurecidos por el viaje espacial y entrenados para la supervivencia, se ven desarmados no por un ataque marciano convencional, sino por la evocación de su infancia, de sus padres y abuelos, de la música que marcó su juventud.
El recuerdo se convierte aquí en una prisión. Los astronautas no pueden resistirse a la ilusión de reencontrarse con aquello que perdieron. Dejan de lado las precauciones militares, bajan las armas y se entregan a la hospitalidad de los anfitriones.
El relato sugiere que los marcianos, o quizá fuerzas más misteriosas, utilizan la memoria emocional de los hombres como herramienta de dominación. No necesitan disparar ni mostrar violencia: basta con darles lo que más desean.
El giro final: de la calidez al horror
Como en muchos relatos de Bradbury, la revelación llega de manera abrupta, aunque el lector la intuye desde antes. Tras reunirse con sus familias y compartir una velada aparentemente feliz, los astronautas se retiran a descansar. Es entonces cuando la trampa se cierra: los anfitriones, que no son en realidad quienes parecen, se despojan de la máscara de familiaridad y asesinan a los tripulantes mientras duermen.
El desenlace es cruel, pero inevitable. La tercera expedición fracasa como las anteriores, y el sueño de conquistar Marte se tiñe de pesadilla. Lo que parecía un reencuentro con el paraíso perdido se convierte en un cementerio.
Este giro resalta la maestría de Bradbury para manejar el tono. En pocas páginas pasa de la calma bucólica a la revelación terrorífica, dejando al lector con una sensación de vacío y desasosiego.
Temas principales
-
La fragilidad de la razón humana: los astronautas, pese a su preparación científica y militar, caen en una ilusión porque apela a sus emociones más profundas.
-
La nostalgia como arma: lo familiar, lo hogareño, lo añorado se transforma en una trampa letal.
-
El peligro de lo demasiado perfecto: Bradbury advierte que la belleza y la comodidad pueden esconder lo siniestro.
-
La imposibilidad del regreso: incluso en otro planeta, los hombres buscan reconstruir la Tierra perdida, pero ese deseo puede llevarlos a la destrucción.
Estilo y atmósfera
El estilo de Bradbury es poético, cargado de metáforas y de imágenes sensoriales. Describe Marte no como un planeta muerto, sino como un escenario vibrante, lleno de flores, música y aromas. La riqueza lírica contrasta con el trasfondo de horror, creando una disonancia inquietante que potencia el efecto del relato.
Además, la estructura narrativa refuerza la tensión: comienza con la maravilla del descubrimiento, avanza hacia la confusión y el alivio, y culmina en la violencia inesperada.
Vigencia y lectura actual
Más de setenta años después de su publicación, “La tercera expedición” sigue siendo un relato profundamente actual. Nos habla de la vulnerabilidad humana frente a las ilusiones, del poder que tienen los recuerdos y del riesgo de dejarse guiar por la nostalgia en lugar de la razón.
En un mundo donde las realidades virtuales, la inteligencia artificial y la manipulación mediática son cada vez más sofisticadas, la advertencia de Bradbury cobra nueva relevancia: lo que deseamos puede volverse nuestra mayor debilidad.
Conclusión
“La tercera expedición” no es solo una historia de ciencia ficción sobre un viaje a Marte. Es una parábola sobre la memoria, el deseo y el engaño. Bradbury nos muestra cómo lo más íntimo —nuestros afectos, nuestras nostalgias, nuestros recuerdos de infancia— puede ser utilizado en nuestra contra.
El relato, con su tono lírico y su clímax brutal, es un ejemplo perfecto de la capacidad de Bradbury para mezclar belleza y horror, ternura y crueldad. Y confirma por qué Crónicas marcianas sigue siendo una obra imprescindible: no tanto por lo que dice sobre el futuro, sino por lo que revela sobre el presente eterno de la condición humana.