En las Sombras del Remordimiento

No siento remordimiento por lo que pasó. Siempre supe que existía un lado oscuro en mi ser, una faceta que prefería mantener oculta bajo una máscara de normalidad. Sin embargo, esa noche, la máscara se rompió y dejé que mi verdadero yo se desatara.

Era un oscuro y tormentoso invierno cuando sucedió. Las calles estaban desiertas, apenas iluminadas por la tenue luz de las farolas. Yo caminaba apresuradamente, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Había una sensación de inquietud en el aire, como si algo siniestro se avecinara.

Mis pasos me llevaron a un parque abandonado en las afueras de la ciudad. Me adentré en él, sintiendo la frialdad de la noche calar en mis huesos. A medida que avanzaba, mis pensamientos se volvieron cada vez más oscuros y perturbadores. Una parte de mí se deleitaba con la idea de traspasar los límites de lo permitido, de cruzar el umbral hacia lo desconocido.

Fue entonces cuando la vi. Una figura solitaria, envuelta en sombras, de aspecto frágil y vulnerable. Mi mente se llenó de pensamientos retorcidos y maliciosos. Un impulso incontrolable me llevó hacia ella, mientras mis manos temblaban de excitación. No había remordimiento, solo una sed insaciable de liberar mis más oscuros deseos.

Me acerqué sigilosamente, mis pasos casi inaudibles sobre la tierra helada. La figura no pareció percatarse de mi presencia hasta que ya era demasiado tarde. En un abrir y cerrar de ojos, mis manos se cerraron en torno a su cuello, apretando con fuerza. Sentí el pulso de la vida palpitando bajo mis dedos, la lucha desesperada por respirar. No había remordimiento, solo una extraña euforia que me invadía.

La vida abandonó lentamente su cuerpo mientras mis manos se aferraban con más fuerza. Y entonces, cuando su último suspiro se desvaneció en el aire, un sentimiento de liberación y poder me invadió. Me alejé de aquel lugar, dejando atrás el frío y oscuro parque, con una sonrisa macabra en mi rostro.

Los días pasaron y nadie sospechó de mí. Me mantuve en la superficie, ocultando mis secretos más oscuros. Pero en lo más profundo de mi ser, sabía que algo había cambiado para siempre. La satisfacción de aquel acto había despertado algo en mí, algo que no podía ignorar. No sentía remordimiento, solo una sed insaciable por repetir aquella experiencia.

No tardé mucho en encontrar una nueva víctima. Mis acciones se volvieron cada vez más audaces, más crueles. Me adentré en un abismo de maldad del que no podía escapar. No importaba cuántas vidas arrebataba, cuántas almas dejaba vacías. No sentía remordimiento, solo el placer de alimentar mi lado más oscuro.

Pero como todo en esta vida, el destino tiene su propia manera de cobrar. Un día, mis actos finalmente me alcanzaron. La justicia llegó a mí en forma de manos firmes y frías esposas. Fui llevado ante la ley, donde tuve que enfrentar las consecuencias de mis terribles acciones.

Mientras esperaba en la celda, con la mirada perdida en las sombras, algo comenzó a surgir dentro de mí. Un atisbo de remordimiento, una chispa de arrepentimiento. Comprendí el dolor y el sufrimiento que había causado a tantas personas inocentes. Ahí, en la oscuridad de la cárcel, mi corazón empezó a despojarse de su frío caparazón.

Hoy, mientras escribo estas palabras, desde el rincón sombrío de mi celda, puedo decir que he aprendido la lección más valiosa de todas. No hay satisfacción duradera en la maldad y el maltrato. El verdadero poder reside en la compasión, la empatía y el perdón. Aunque no puedo borrar mi oscuro pasado, puedo redimirme y construir un futuro mejor.

El remordimiento, ese sentimiento que una vez pensé que nunca experimentaría, se ha convertido en mi maestro y mi guía. Ahora, espero el día en que pueda enmendar mis errores y encontrar la redención en el corazón de aquellos que lastimé. No siento remordimiento por lo que pasó, pero sí siento la responsabilidad de hacerlo mejor y encontrar la luz en medio de tanta oscuridad.

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